UNIVERSIDAD SAN
BUENAVENTURA-CALI
ADRIANA ARBELAEZ
CAROLINA ESQUIVEL
JOSE GABRIEL GOMEZ
DIEGO MELENDEZ
ENSAYO CRÍTICO- BAUMAN,
ZYGMUNT, Cultura de Residuos, en: Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus
parias.
Estar desarraigado significa no tener en el mundo
un lugar reconocido y garantizado por los demás; ser superfluo significa no
pertenecer en absoluto al mundo (Arendt, 1974). ¿Qué hacer con los residuos que
genera inevitablemente el sistema de vida característico de la modernidad?
¿Cómo gestionar lo que ya no sirve, lo que ya no vale, lo que ya no puede
integrarse funcionalmente en el sistema moderno de vida, aunque en algún
momento del proceso haya sido necesario para la propia supervivencia de tal
sistema? En definitiva, ¿cómo eliminar los desechos que han sido generados en
la producción de los objetos que componen nuestro mundo moderno o, al menos,
cómo hacerlos no molestos, no visibles a los ojos del grupo de seres
privilegiados que disfrutan cómodamente de las ventajas de la modernidad? Estas
cuestiones atraviesan de principio a fi n la presente obra de Z. Bauman, que
constituye un lúcido análisis sobre algunos de los aspectos más oscuros y
desconcertantes de la modernidad tardía, aportando una original y penetrante
perspectiva sobre nuestras sociedades y sobre los procesos de modernización,
globalización y consumo que las conforman. Como afi rma el propio autor, el
objetivo de este libro es ofrecer un punto de vista alternativo, a partir del
cual pueda hacerse balance de aquellos aspectos de la vida moderna que los
recientes desarrollos han sacado de su anterior escondrijo y han puesto en el
punto de mira, permitiendo una visión más adecuada de determinadas facetas del
mundo contemporáneo, así como una mejor comprensión de la lógica a ellas subyacente.
Este libro debería leerse como una invitación a dirigir otra mirada, en cierto
modo diferente, al mundo moderno que todos compartimos y habitamos, y que
supuestamente nos resulta demasiado familiar (Bauman, 2005: 18–19).
En Vidas desperdiciadas, Bauman aborda una de las
paradojas más inquietantes de la modernidad: la producción de una cultura de
“residuos humanos”, que comprende según este autor toda la masa de “poblaciones
superfluas” de emigrantes, refugiados y demás parias”. Anteriormente, esta
generación de residuos superfluos era desviada y reabsorbida por otros lugares
a los que todavía no había llegado el proceso de modernización. Sin embargo, en
las actuales condiciones de globalización, de extensión de la modernidad a
todas las zonas del planeta, lo anterior se ha vuelto imposible, pues aquellos
lugares se encuentran actualmente también “llenos”.
De este modo, la eliminación, el reciclaje —o
cuando menos “invisibilización”— de los residuos no deseados se ha convertido
en uno de los principales problemas de las sociedades contemporáneas, para el
que, como afirma Bauman, es necesario buscar “soluciones locales a problemas
producidos globalmente” (2005: 17). Estos procesos de “modernización perpetua,
compulsiva, obsesiva y adictiva” (2005: 16) extendidos a todo el planeta han
dado lugar a “una aguda crisis de la industria de eliminación de residuos
humanos. Mientras que la producción de residuos humanos persiste en sus avances
y alcanza nuevas cotas, en el planeta escasean los vertederos y el instrumental
para el reciclaje de residuos” (2005: 17).
De ahí, señala el autor, la creciente preocupación
por cuestiones como la inmigración y las solicitudes de asilo, así como por los
fenómenos de superpoblación en distintas zonas del planeta, todo lo cual
focaliza la atención social e institucional hacia las fronteras construidas y
genera una potente “industria de la seguridad” temerosa de la rebelión de los
márgenes. ¿Cómo nos sentiríamos si al abrir por la mañana la puerta de nuestra
casa nos fuese devuelta la bolsa de basura que hemos depositado fuera la noche
anterior? Probablemente considerásemos que es injusto que nos sean devueltos,
sin previo aviso, los residuos que nosotros mismos hemos generado, bajo la
creencia de que tenemos pleno derecho al uso de los objetos que adquirimos pero
que, sin embargo, no tenemos ninguna obligación de conservarlos una vez
consumidos, ni de guardar sus distintos envoltorios, las piezas rotas que ya no
nos sirven, las latas vacías o los plásticos de embalaje que quedan como
residuos tras la utilización y el disfrute del producto. ¿Por qué tendríamos
que conservarlos? Si lo hiciésemos no tendríamos sitio para albergar otros
—también transitorios y efímeros, como los anteriores, pues permanecerán en un
lugar privilegiado sólo hasta que se termine su disfrute. Queremos, por el
contrario, apartar esos residuos de nuestra vista y que sean destruidos lo más
rápidamente posible —eso sí, por otros—. Pensamos que haciendo esto estamos en
nuestro pleno derecho; que otro orden de cosas sería “injusto” o “indecente”.
De esta manera, como sostiene Bauman, según las tendencias características de
nuestro moderno sistema de vida desechamos lo sobrante del modo más radical y
efectivo: lo hacemos invisible no mirándolo o impensable no pensando en ello.
Sólo nos preocupa cuando se quiebran las rutinarias defensas elementales y
fallan las precauciones, cuando corre peligro la confortable y soporífera
insularidad de nuestro Lebenswelt que supuestamente protegen (2005: 42–43). De
acuerdo con el autor de Vidas desperdiciadas, la producción de “residuos
humanos” y su eliminación se ha convertido así en un problema de primer orden
en la agenda de la sociedad actual, que busca la forma más eficaz de
invisibilizarlos, de destruirlos lo más rápidamente posible, con el fi n de que
no enturbien la luminosidad de la líquida y consumista vida moderna, eliminando
al mismo tiempo su inquietante potencial conflictivo.
Bauman considera que la producción de “residuos
humanos” constituye una consecuencia inevitable de la modernidad, de sus
procesos económicos característicos y de la búsqueda del “orden”. La modernidad
nació con la idea de que la realidad puede cambiarse de acuerdo con la
construcción de un diseño, de tal modo que “la historia moderna ha sido, por
consiguiente, una historia de diseño y un museo/cementerio de diseños probados,
agotados, rechazados y abandonados en la guerra en curso de conquista y/o
desgaste librada contra la naturaleza” (2005: 38). Sin embargo, como advierte
este autor, el proceso de materialización del diseño en la realidad conlleva
también “consecuencias tan indeseables como impredecibles, si bien éstas suelen
relativizarse o ignorarse en la fase de diseño con el pretexto de la nobleza de
las intenciones globales” (2005: 39).
Una de estas consecuencias es la separación nítida
entre “lo que vale” y “lo que no vale” para los fines del diseño, esto es,
entre el “producto útil” y los “residuos”. Pues “allí donde hay diseño, hay
residuos”, sostiene Bauman, y de la vigilancia permanente de la frontera entre
uno y otro depende el propio mantenimiento del sistema. Como consecuencia de lo
anterior, señala este autor, “el diseño no puede sino presagiar una perpetua
acumulación de residuos y un crecimiento imparable de problemas no resueltos,
acaso irresolubles, de eliminación de residuos” (2005: 40). De acuerdo con
Bauman, en el proyecto de la modernidad, la construcción del “orden” conforme a
determinado diseño supone también inevitablemente la idea de la posibilidad del
caos, esto es, la amenaza potencial de que cualquier elemento dado, por su
ambigüedad —como es el caso de los “residuos humanos”—, no entre a formar parte
de la clasificación social establecida. El efecto de tal elemento es
contaminante y entraña peligro, sostiene este autor citando a Mary Douglas,
pues “todos los límites engendran ambivalencia, pero éste es insólitamente
fértil. Por más que nos reforcemos, la frontera que separa el ‘producto útil’
del ‘residuo’ es una zona gris: un reino de infra definición, incertidumbre y
peligro” (2005: 44); cabría también preguntarse en este sentido si la actual
fruición por estudiar a los inmigrantes no es también en parte una forma más de
contribuir a su control, de desempeñar también la función de “vigilantes del
basurero”. De ahí la constante vigilancia que requiere el control de estos
márgenes de la modernidad, de tal modo que la producción incesante de residuos
inherentes a su propio mecanismo interno genera toda una compleja “industria de
la seguridad”. Como indica Bauman, “se precisan funcionarios de inmigración y
controladores de calidad. Han de montar guardia en la línea que separa el orden
del caos” (2005: 44). En su análisis, este autor centra la atención en la
frontera construida, que marca una discontinuidad en el anterior mundo continuo
entre “producto” y “residuo”, como resultado de la puesta en marcha del diseño
de la modernidad. Ambos términos son inseparables y complementarios, pues el
“residuo”, lo que ahora, una vez obtenido el “producto”, se considera
desechable, superfluo y deseable de eliminar, fue anteriormente imprescindible
para la elaboración del “producto”. Por esta razón señala Bauman (2005: 43):
Los basureros son los héroes olvidados de la modernidad. Un día sí y otro
también, vuelven a refrescar y a recalcar la frontera entre normalidad y
patología, salud y enfermedad, lo deseable y lo repulsivo, lo aceptado y lo
rechazado, lo commeil-faut y lo commeilne-faut pas, el adentro y el afuera del
universo humano. Dicha frontera precisa una vigilancia y una diligencia
constantes, ya que es cualquier cosa menos una “frontera natural”: ninguna
cordillera colosal, ningún mar insondable, ningún cañón infranqueable separan
el interior del exterior. Y no es la diferencia entre productos útiles y
residuos la que reclama la frontera y se sirve de ella. Por el contrario, es la
frontera la que predice, literalmente al parecer, la diferencia entre ellos: la
diferencia entre lo admitido y lo rechazado, lo incluido y lo excluido.
Ahondando en la misma cuestión, se refiere P. Bourdieu, en ¿Qué significa
hablar?, a los “ritos de institución” que pretenden consagrar como fronteras
naturales divisiones que son construidas socialmente: “Por una especie de
maldición, debido a la naturaleza esencialmente diacrítica, diferencial,
distintiva del poder simbólico, el acceso de la clase distinguida al Ser tiene
como inevitable contrapartida la caída de la clase complementaria en la Nada o
en el Menor Ser” (Bourdieu, 1985: 86). Bauman (2005: 30) señala además el
carácter trágico del destino de los excluidos: “para quienquiera que fuere una
vez excluido y destinado a la basura no existen sendas evidentes para recuperar
la condición de miembro de pleno derecho. Tampoco existen caminos alternativos,
oficialmente aprobados y proyectados, que cupiera seguir (o que hubiera que
seguir a la fuerza) hacia un título de pertenencia alternativo”. “Ser superfluo
significa no pertenecer en absoluto al mundo”, afirma H. Arendt en la cita que
encabeza esta reseña (Arendt, 1974: 576). Bauman analiza este fenómeno de
superfluidad en el contexto de las sociedades contemporáneas, a través de la
analogía establecida con el campo semántico que incluye conceptos como
“residuo”, “basurero”, “reciclaje”, “vertedero”, “deshecho”, etc. El autor
utiliza de este modo la comparación metafórica entre el campo semántico del
“basurero” y la masa creciente de los excluidos de las ventajas de la
modernidad —los “residuos humanos” o “víctimas colaterales del progreso” (2005:
28)—, recorriendo a lo largo del análisis las diferentes similitudes entre los
dos términos de la analogía. De modo semejante a H. Arendt, Bauman señala que
“en la práctica, lo excluido —expulsado del centro de atención, arrojado a las
sombras, relegado a la fuerza al trasfondo vago e invisible— ya no pertenece a
‘lo que es” (2005: 32).
De ahí que para este autor (2005: 24): Ser
“superfluo” significa ser supernumerario, innecesario, carente de uso —sean
cuales fueren las necesidades y los usos que establecen el patrón de utilidad e
indispensabilidad—. Los otros no te necesitan; pueden arreglárselas igual de
bien, si no mejor, sin ti. No existe razón palmaria para tu presencia ni obvia
justificación para tu reivindicación del derecho de seguir ahí. Que te declaren
superfluo significa haber sido desechado por ser desechable, cual botella de
plástico vacía y no retornable o jeringuilla usada; una mercancía poco
atractiva sin compradores o un producto inferior o manchado, carente de
utilidad, retirado de la cadena de montaje por los inspectores de calidad.
“Superfluidad” comparte su espacio semántico con “personas o cosas rechazadas”,
“derroche”, “basura”, “desperdicios”: con residuo. El destino de los
desempleados, del “ejército de reserva de trabajo”, era el de ser re clamados
de nuevo para el servicio activo. El destino de los residuos es el basurero, el
vertedero1.
Esta cultura de “residuos humanos”, característica
de la modernidad tardía, se encuentra también en estrecha conexión con la
obsesión por la seguridad y el temor constante a un ataque terrorista, presentes
en las actuales sociedades occidentales, y que los modernos Estados —con el
caso paradigmático de Estados Unidos— se encargan de mantener vivos en la mente
de sus ciudadanos. El miedo dirigido hacia el inmigrante o el refugiado se ha
convertido, según Bauman, en un elemento sumamente útil para la legitimación de
la debilitada autoridad de los actuales Estados contemporáneos. Es precisamente
en estos “residuos humanos”, donde se ha focalizado la representación de “el
otro”, de “lo diferente”, esto es, lo que “nosotros” no queremos ser,
estableciéndose de este modo una nítida división dicotómica entre “nosotros” y
“ellos”. Ante la fragilidad de la posición social y profesional de los
individuos en las sociedades contemporáneas, los inmigrantes y refugiados
proporcionan de este modo al Estado un claro contraejemplo de lo que el
individuo “debe ser” (2005:78): Cuando todos los lugares y posiciones se
antojan inestables y ya no se consideran dignos de confianza, la visión de los
inmigrantes viene a hurgar en la herida. Los inmigrantes, y sobre todo los
recién llegados, exhalan ese leve olor a vertedero de basuras que, con sus
muchos disfraces, ronda las noches de las víctimas potenciales de la creciente
vulnerabilidad. Para quienes les odian y detractan, los inmigrantes encarnan
—de manera visible, tangible, corporal— el inarticulado, aunque hiriente y
doloroso, presentimiento de su propia desechabilidad.
Uno siente la tentación de afirmar que, si no
hubiese inmigrantes llamando a las puertas, habría que inventarlos… En efecto,
proporcionan a los gobiernos un “otro desviado” ideal, un objetivo acogido con
los brazos abiertos para su incorporación a los “temas de campaña
cuidadosamente seleccionados”. Por esta misma razón estos “residuos humanos” de
la modernidad son incómodos de ver —y de ahí el constante esfuerzo
institucional por su invisibilización—, pues recuerdan a cualquiera lo cerca
que está en las condiciones de la “moderna sociedad líquida” de ser en
cualquier momento igualmente excluido. Y es que el individuo contemporáneo es
perfectamente consciente de que las “fuerzas de la globalización” (2005: 165):
1 Se trata en definitiva, señala Bauman, del “terror a la exclusión”: Lo que
todos parecemos temer… es el abandono, la exclusión, el que nos rechacen, nos
den la bola negra, nos repudien, nos dejen, nos despojen de lo que somos, nos
nieguen aquello que deseamos ser. Tememos que nos dejen solos, indefensos y
desgraciados. Privados de compañía, de corazones que aman y de manos que
ayudan. Tememos que se deshagan de nosotros: nuestro turno para la chatarrería.
Lo que más echamos en falta es la certeza de que nada de esto sucederá, no a
nosotros. Echamos en falta la exención de la amenaza de exención universal y
omnipresente. Soñamos con la inmunidad contra los efluvios tóxicos de los
basureros” (Opus cit.: 164).
Transforman hasta lo irreconocible, y sin previo
aviso, los paisajes rurales y urbanos donde solíamos anclar nuestra seguridad
duradera y fiable. Reorganizan a las personas y hacen estragos con sus identidades
sociales. Pueden transformarnos, de un día para otro, en refugiados o en
“inmigrantes económicos”. Pueden confiscarnos nuestros certificados de
identidad o invalidar las identidades certificadas. Y nos recuerdan a diario
que pueden hacerlo con impunidad: cuando vierten en el umbral de nuestras
puertas a esas personas que ya han sido rechazadas, forzadas a salir corriendo
para salvar sus vidas, o que luchan por sobrevivir lejos de casa, despojadas de
su identidad y de su autoestima. Odiamos a esa gente porque sentimos que lo que
están pasando delante de nuestras narices bien pudiera ser, y pronto, un ensayo
general de nuestro propio destino. Intentando apartarlos de nuestra vista,
congregándolos, encerrándolos en campamentos, deportándolos, deseamos exorcizar
ese espectro. Esto es todo lo lejos que podemos llegar para ahuyentar esta
clase de terror. Pero, sobre todo, como señala Bauman, la construcción
imaginaria de este sujeto marginal, que representa “la” amenaza para el orden
de nuestra vida moderna, sirve a los Estados actuales para desviar la atención
de la preocupación de los ciudadanos hacia determinadas cuestiones —tales como,
por ejemplo, la restricción de los servicios ofrecidos por el Estado de
Bienestar, dado el creciente déficit público— y, de paso, para legitimar el
poder estatal, que ahora se erige como “el salvador” policial de todos los
peligros y amenazas terroristas y criminales que supuestamente se ciernen de
modo constante sobre nuestras modernas sociedades, y cuyos protagonistas son
invariablemente inmigrantes o refugiados, como el propio Estado a través de sus
distintos medios se encarga de recordar a los ciudadanos continuamente mediante
su peculiar “trabajo de institución” (Bourdieu, 1985). De acuerdo con Bauman,
esta obsesión por la seguridad —y por la paralela “industria de la seguridad”
diseñada para hacerle frente— generada por la creencia de una constante amenaza
en un próximo o inminente ataque terrorista, es, pues, funcional al actual
mecanismo de legitimación del poder estatal; se trata, como indica este autor,
de una función “latente”, no expresamente manifiesta, utilizando la distinción
de Merton. Este nuevo tipo de inseguridad alimentada por los actuales Estados
occidentales posee, según Bauman, su particular funcionamiento (2005: 73): A
diferencia de la inseguridad nacida del mercado, que es, en todo caso,
demasiado visible y obvia para el bienestar, esa inseguridad alternativa, con
la que el Estado confía en restaurar su monopolio perdido de la redención, debe
fortalecerse de manera artificial o, cuando menos, dramatizarse mucho con el fi
n de inspirar un volumen de “temor oficial” lo bastante grande como para
eclipsar y relegar a una posición secundaria las preocupaciones relativas a la
inseguridad generada por la economía, sobre la cual nada puede ni desea hacer
la administración estatal. A diferencia del caso de las amenazas al sustento y
al bienestar generadas por el mercado, el alcance de los peligros para la
seguridad personal debe anunciarse intensamente y pintarse del más oscuro de
los colores, de suerte que la no materialización de las amenazas pueda
aplaudirse como un evento extraordinario, como un resultado de la vigilancia,
el cuidado y la buena voluntad de los órganos estatales.
La dinámica de producción de “residuos humanos”,
como una consecuencia “colateral” de la modernidad y de su peculiar búsqueda
del orden, se extiende, en opinión de Bauman, a todas las dimensiones de la
vida humana, incluyendo el ámbito de las relaciones íntimas. A juicio de este
autor, la llamada “Generación X” —los nacidos en la década de los últimos años
setenta— se ha visto especialmente vinculada al proceso de generación de los
residuos, resultado de la construcción del orden: la precariedad laboral, “la
intrincada volatilidad de la ubicación social, las sombrías perspectivas, el
vivir al día sin ninguna oportunidad fi dedigna de un asentamiento duradero o,
al menos, a más largo plazo, la vaguedad de las reglas que hay que aprender y
dominar para arreglárselas, este cúmulo de factores les persiguen a todos ellos
[los miembros de la “generación X”] sin discriminación” (2005: 27). Se trata de
algunos de los rasgos de esta “modernidad líquida”, de su inconsistencia e
inestabilidad características, generadoras de la “corrosión del carácter” de la
que habla R. Sennet (Sennet, 2000). La transitoriedad, fluidez, fragilidad y
caducidad generalizadas en la “líquida vida moderna” convierten a ésta en una
“civilización del exceso, la superfluidad, el residuo y la destrucción de
residuos” (2005: 126), tanto humanos como no humanos. Como indica Bauman, en la
“sociedad del riesgo”, conceptualizada por U. Beck (Beck, 1998), se da la
peculiaridad de que son los propios individuos los que se ven obligados a
buscar soluciones individuales a problemas globales que remiten a
contradicciones sistémicas.
Conclusiones:
·
Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias
constituye un relevante análisis de las consecuencias más oscuras e
inquietantes de la modernidad, y a la vez una importante contribución a la
visibilización de gran parte de la población que sistemáticamente queda
excluida de las ventajas de la vida moderna, los desheredados de la modernidad
o “residuos humanos”, como los denomina Bauman: todos aquellos que, como diría
M. Castells (1998: 379), no han podido subirse a tiempo al tren de la
vertiginosa sociedad de la información. Bauman finaliza la obra expresando una
cuestión crucial, al plantear si este “juego de inclusión/exclusión es la única
manera posible de conducir la vida humana en común y, por consiguiente, la
única forma concebible que puede adoptar o de la que podemos dotar a nuestro
mundo compartido” (2005: 171).
·
BIBLIOGRAFIA:
·
BAUMAN, ZYGMUNT, Cultura de
Residuos, en: Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus parias. Paidós Estado y
Sociedad 126, Capitulo 4.
·
ARENDT, Hannah 1974 Los orígenes del
totalitarismo. Madrid: Taurus.
·
BECK, Ulrich 1998 La sociedad del riesgo: Hacia
una nueva modernidad. Barcelona: Paidós.
·
BOURDIEU, Pierre 1985 ¿Qué signifi ca hablar?
Economía de los intercambios lingüísticos. Madrid: Akal.
·
CASTELLS, Manuel 1998 La era de la información
III. Madrid: Alianza.
·
SENNET, Richard 2000 La corrosión del carácter.
Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona:
Anagrama.
·
Revista de Antropología Social 355 2010, 19 337-402
No hay comentarios:
Publicar un comentario