domingo, 3 de mayo de 2015

BAUMAN, ZYGMUNT, Cultura de Residuos, en: Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus parias

UNIVERSIDAD SAN BUENAVENTURA-CALI
ADRIANA ARBELAEZ
CAROLINA ESQUIVEL
JOSE GABRIEL GOMEZ
DIEGO MELENDEZ

ENSAYO CRÍTICO- BAUMAN, ZYGMUNT, Cultura de Residuos, en: Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus parias.

Estar desarraigado significa no tener en el mundo un lugar reconocido y garantizado por los demás; ser superfluo significa no pertenecer en absoluto al mundo (Arendt, 1974). ¿Qué hacer con los residuos que genera inevitablemente el sistema de vida característico de la modernidad? ¿Cómo gestionar lo que ya no sirve, lo que ya no vale, lo que ya no puede integrarse funcionalmente en el sistema moderno de vida, aunque en algún momento del proceso haya sido necesario para la propia supervivencia de tal sistema? En definitiva, ¿cómo eliminar los desechos que han sido generados en la producción de los objetos que componen nuestro mundo moderno o, al menos, cómo hacerlos no molestos, no visibles a los ojos del grupo de seres privilegiados que disfrutan cómodamente de las ventajas de la modernidad? Estas cuestiones atraviesan de principio a fi n la presente obra de Z. Bauman, que constituye un lúcido análisis sobre algunos de los aspectos más oscuros y desconcertantes de la modernidad tardía, aportando una original y penetrante perspectiva sobre nuestras sociedades y sobre los procesos de modernización, globalización y consumo que las conforman. Como afi rma el propio autor, el objetivo de este libro es ofrecer un punto de vista alternativo, a partir del cual pueda hacerse balance de aquellos aspectos de la vida moderna que los recientes desarrollos han sacado de su anterior escondrijo y han puesto en el punto de mira, permitiendo una visión más adecuada de determinadas facetas del mundo contemporáneo, así como una mejor comprensión de la lógica a ellas subyacente. Este libro debería leerse como una invitación a dirigir otra mirada, en cierto modo diferente, al mundo moderno que todos compartimos y habitamos, y que supuestamente nos resulta demasiado familiar (Bauman, 2005: 18–19).
En Vidas desperdiciadas, Bauman aborda una de las paradojas más inquietantes de la modernidad: la producción de una cultura de “residuos humanos”, que comprende según este autor toda la masa de “poblaciones superfluas” de emigrantes, refugiados y demás parias”. Anteriormente, esta generación de residuos superfluos era desviada y reabsorbida por otros lugares a los que todavía no había llegado el proceso de modernización. Sin embargo, en las actuales condiciones de globalización, de extensión de la modernidad a todas las zonas del planeta, lo anterior se ha vuelto imposible, pues aquellos lugares se encuentran actualmente también “llenos”.

De este modo, la eliminación, el reciclaje —o cuando menos “invisibilización”— de los residuos no deseados se ha convertido en uno de los principales problemas de las sociedades contemporáneas, para el que, como afirma Bauman, es necesario buscar “soluciones locales a problemas producidos globalmente” (2005: 17). Estos procesos de “modernización perpetua, compulsiva, obsesiva y adictiva” (2005: 16) extendidos a todo el planeta han dado lugar a “una aguda crisis de la industria de eliminación de residuos humanos. Mientras que la producción de residuos humanos persiste en sus avances y alcanza nuevas cotas, en el planeta escasean los vertederos y el instrumental para el reciclaje de residuos” (2005: 17).
De ahí, señala el autor, la creciente preocupación por cuestiones como la inmigración y las solicitudes de asilo, así como por los fenómenos de superpoblación en distintas zonas del planeta, todo lo cual focaliza la atención social e institucional hacia las fronteras construidas y genera una potente “industria de la seguridad” temerosa de la rebelión de los márgenes. ¿Cómo nos sentiríamos si al abrir por la mañana la puerta de nuestra casa nos fuese devuelta la bolsa de basura que hemos depositado fuera la noche anterior? Probablemente considerásemos que es injusto que nos sean devueltos, sin previo aviso, los residuos que nosotros mismos hemos generado, bajo la creencia de que tenemos pleno derecho al uso de los objetos que adquirimos pero que, sin embargo, no tenemos ninguna obligación de conservarlos una vez consumidos, ni de guardar sus distintos envoltorios, las piezas rotas que ya no nos sirven, las latas vacías o los plásticos de embalaje que quedan como residuos tras la utilización y el disfrute del producto. ¿Por qué tendríamos que conservarlos? Si lo hiciésemos no tendríamos sitio para albergar otros —también transitorios y efímeros, como los anteriores, pues permanecerán en un lugar privilegiado sólo hasta que se termine su disfrute. Queremos, por el contrario, apartar esos residuos de nuestra vista y que sean destruidos lo más rápidamente posible —eso sí, por otros—. Pensamos que haciendo esto estamos en nuestro pleno derecho; que otro orden de cosas sería “injusto” o “indecente”. De esta manera, como sostiene Bauman, según las tendencias características de nuestro moderno sistema de vida desechamos lo sobrante del modo más radical y efectivo: lo hacemos invisible no mirándolo o impensable no pensando en ello. Sólo nos preocupa cuando se quiebran las rutinarias defensas elementales y fallan las precauciones, cuando corre peligro la confortable y soporífera insularidad de nuestro Lebenswelt que supuestamente protegen (2005: 42–43). De acuerdo con el autor de Vidas desperdiciadas, la producción de “residuos humanos” y su eliminación se ha convertido así en un problema de primer orden en la agenda de la sociedad actual, que busca la forma más eficaz de invisibilizarlos, de destruirlos lo más rápidamente posible, con el fi n de que no enturbien la luminosidad de la líquida y consumista vida moderna, eliminando al mismo tiempo su inquietante potencial conflictivo.

Bauman considera que la producción de “residuos humanos” constituye una consecuencia inevitable de la modernidad, de sus procesos económicos característicos y de la búsqueda del “orden”. La modernidad nació con la idea de que la realidad puede cambiarse de acuerdo con la construcción de un diseño, de tal modo que “la historia moderna ha sido, por consiguiente, una historia de diseño y un museo/cementerio de diseños probados, agotados, rechazados y abandonados en la guerra en curso de conquista y/o desgaste librada contra la naturaleza” (2005: 38). Sin embargo, como advierte este autor, el proceso de materialización del diseño en la realidad conlleva también “consecuencias tan indeseables como impredecibles, si bien éstas suelen relativizarse o ignorarse en la fase de diseño con el pretexto de la nobleza de las intenciones globales” (2005: 39).

Una de estas consecuencias es la separación nítida entre “lo que vale” y “lo que no vale” para los fines del diseño, esto es, entre el “producto útil” y los “residuos”. Pues “allí donde hay diseño, hay residuos”, sostiene Bauman, y de la vigilancia permanente de la frontera entre uno y otro depende el propio mantenimiento del sistema. Como consecuencia de lo anterior, señala este autor, “el diseño no puede sino presagiar una perpetua acumulación de residuos y un crecimiento imparable de problemas no resueltos, acaso irresolubles, de eliminación de residuos” (2005: 40). De acuerdo con Bauman, en el proyecto de la modernidad, la construcción del “orden” conforme a determinado diseño supone también inevitablemente la idea de la posibilidad del caos, esto es, la amenaza potencial de que cualquier elemento dado, por su ambigüedad —como es el caso de los “residuos humanos”—, no entre a formar parte de la clasificación social establecida. El efecto de tal elemento es contaminante y entraña peligro, sostiene este autor citando a Mary Douglas, pues “todos los límites engendran ambivalencia, pero éste es insólitamente fértil. Por más que nos reforcemos, la frontera que separa el ‘producto útil’ del ‘residuo’ es una zona gris: un reino de infra definición, incertidumbre y peligro” (2005: 44); cabría también preguntarse en este sentido si la actual fruición por estudiar a los inmigrantes no es también en parte una forma más de contribuir a su control, de desempeñar también la función de “vigilantes del basurero”. De ahí la constante vigilancia que requiere el control de estos márgenes de la modernidad, de tal modo que la producción incesante de residuos inherentes a su propio mecanismo interno genera toda una compleja “industria de la seguridad”. Como indica Bauman, “se precisan funcionarios de inmigración y controladores de calidad. Han de montar guardia en la línea que separa el orden del caos” (2005: 44). En su análisis, este autor centra la atención en la frontera construida, que marca una discontinuidad en el anterior mundo continuo entre “producto” y “residuo”, como resultado de la puesta en marcha del diseño de la modernidad. Ambos términos son inseparables y complementarios, pues el “residuo”, lo que ahora, una vez obtenido el “producto”, se considera desechable, superfluo y deseable de eliminar, fue anteriormente imprescindible para la elaboración del “producto”. Por esta razón señala Bauman (2005: 43): Los basureros son los héroes olvidados de la modernidad. Un día sí y otro también, vuelven a refrescar y a recalcar la frontera entre normalidad y patología, salud y enfermedad, lo deseable y lo repulsivo, lo aceptado y lo rechazado, lo commeil-faut y lo commeilne-faut pas, el adentro y el afuera del universo humano. Dicha frontera precisa una vigilancia y una diligencia constantes, ya que es cualquier cosa menos una “frontera natural”: ninguna cordillera colosal, ningún mar insondable, ningún cañón infranqueable separan el interior del exterior. Y no es la diferencia entre productos útiles y residuos la que reclama la frontera y se sirve de ella. Por el contrario, es la frontera la que predice, literalmente al parecer, la diferencia entre ellos: la diferencia entre lo admitido y lo rechazado, lo incluido y lo excluido. Ahondando en la misma cuestión, se refiere P. Bourdieu, en ¿Qué significa hablar?, a los “ritos de institución” que pretenden consagrar como fronteras naturales divisiones que son construidas socialmente: “Por una especie de maldición, debido a la naturaleza esencialmente diacrítica, diferencial, distintiva del poder simbólico, el acceso de la clase distinguida al Ser tiene como inevitable contrapartida la caída de la clase complementaria en la Nada o en el Menor Ser” (Bourdieu, 1985: 86). Bauman (2005: 30) señala además el carácter trágico del destino de los excluidos: “para quienquiera que fuere una vez excluido y destinado a la basura no existen sendas evidentes para recuperar la condición de miembro de pleno derecho. Tampoco existen caminos alternativos, oficialmente aprobados y proyectados, que cupiera seguir (o que hubiera que seguir a la fuerza) hacia un título de pertenencia alternativo”. “Ser superfluo significa no pertenecer en absoluto al mundo”, afirma H. Arendt en la cita que encabeza esta reseña (Arendt, 1974: 576). Bauman analiza este fenómeno de superfluidad en el contexto de las sociedades contemporáneas, a través de la analogía establecida con el campo semántico que incluye conceptos como “residuo”, “basurero”, “reciclaje”, “vertedero”, “deshecho”, etc. El autor utiliza de este modo la comparación metafórica entre el campo semántico del “basurero” y la masa creciente de los excluidos de las ventajas de la modernidad —los “residuos humanos” o “víctimas colaterales del progreso” (2005: 28)—, recorriendo a lo largo del análisis las diferentes similitudes entre los dos términos de la analogía. De modo semejante a H. Arendt, Bauman señala que “en la práctica, lo excluido —expulsado del centro de atención, arrojado a las sombras, relegado a la fuerza al trasfondo vago e invisible— ya no pertenece a ‘lo que es” (2005: 32).

De ahí que para este autor (2005: 24): Ser “superfluo” significa ser supernumerario, innecesario, carente de uso —sean cuales fueren las necesidades y los usos que establecen el patrón de utilidad e indispensabilidad—. Los otros no te necesitan; pueden arreglárselas igual de bien, si no mejor, sin ti. No existe razón palmaria para tu presencia ni obvia justificación para tu reivindicación del derecho de seguir ahí. Que te declaren superfluo significa haber sido desechado por ser desechable, cual botella de plástico vacía y no retornable o jeringuilla usada; una mercancía poco atractiva sin compradores o un producto inferior o manchado, carente de utilidad, retirado de la cadena de montaje por los inspectores de calidad. “Superfluidad” comparte su espacio semántico con “personas o cosas rechazadas”, “derroche”, “basura”, “desperdicios”: con residuo. El destino de los desempleados, del “ejército de reserva de trabajo”, era el de ser re clamados de nuevo para el servicio activo. El destino de los residuos es el basurero, el vertedero1.

Esta cultura de “residuos humanos”, característica de la modernidad tardía, se encuentra también en estrecha conexión con la obsesión por la seguridad y el temor constante a un ataque terrorista, presentes en las actuales sociedades occidentales, y que los modernos Estados —con el caso paradigmático de Estados Unidos— se encargan de mantener vivos en la mente de sus ciudadanos. El miedo dirigido hacia el inmigrante o el refugiado se ha convertido, según Bauman, en un elemento sumamente útil para la legitimación de la debilitada autoridad de los actuales Estados contemporáneos. Es precisamente en estos “residuos humanos”, donde se ha focalizado la representación de “el otro”, de “lo diferente”, esto es, lo que “nosotros” no queremos ser, estableciéndose de este modo una nítida división dicotómica entre “nosotros” y “ellos”. Ante la fragilidad de la posición social y profesional de los individuos en las sociedades contemporáneas, los inmigrantes y refugiados proporcionan de este modo al Estado un claro contraejemplo de lo que el individuo “debe ser” (2005:78): Cuando todos los lugares y posiciones se antojan inestables y ya no se consideran dignos de confianza, la visión de los inmigrantes viene a hurgar en la herida. Los inmigrantes, y sobre todo los recién llegados, exhalan ese leve olor a vertedero de basuras que, con sus muchos disfraces, ronda las noches de las víctimas potenciales de la creciente vulnerabilidad. Para quienes les odian y detractan, los inmigrantes encarnan —de manera visible, tangible, corporal— el inarticulado, aunque hiriente y doloroso, presentimiento de su propia desechabilidad.

Uno siente la tentación de afirmar que, si no hubiese inmigrantes llamando a las puertas, habría que inventarlos… En efecto, proporcionan a los gobiernos un “otro desviado” ideal, un objetivo acogido con los brazos abiertos para su incorporación a los “temas de campaña cuidadosamente seleccionados”. Por esta misma razón estos “residuos humanos” de la modernidad son incómodos de ver —y de ahí el constante esfuerzo institucional por su invisibilización—, pues recuerdan a cualquiera lo cerca que está en las condiciones de la “moderna sociedad líquida” de ser en cualquier momento igualmente excluido. Y es que el individuo contemporáneo es perfectamente consciente de que las “fuerzas de la globalización” (2005: 165): 1 Se trata en definitiva, señala Bauman, del “terror a la exclusión”: Lo que todos parecemos temer… es el abandono, la exclusión, el que nos rechacen, nos den la bola negra, nos repudien, nos dejen, nos despojen de lo que somos, nos nieguen aquello que deseamos ser. Tememos que nos dejen solos, indefensos y desgraciados. Privados de compañía, de corazones que aman y de manos que ayudan. Tememos que se deshagan de nosotros: nuestro turno para la chatarrería. Lo que más echamos en falta es la certeza de que nada de esto sucederá, no a nosotros. Echamos en falta la exención de la amenaza de exención universal y omnipresente. Soñamos con la inmunidad contra los efluvios tóxicos de los basureros” (Opus cit.: 164).

Transforman hasta lo irreconocible, y sin previo aviso, los paisajes rurales y urbanos donde solíamos anclar nuestra seguridad duradera y fiable. Reorganizan a las personas y hacen estragos con sus identidades sociales. Pueden transformarnos, de un día para otro, en refugiados o en “inmigrantes económicos”. Pueden confiscarnos nuestros certificados de identidad o invalidar las identidades certificadas. Y nos recuerdan a diario que pueden hacerlo con impunidad: cuando vierten en el umbral de nuestras puertas a esas personas que ya han sido rechazadas, forzadas a salir corriendo para salvar sus vidas, o que luchan por sobrevivir lejos de casa, despojadas de su identidad y de su autoestima. Odiamos a esa gente porque sentimos que lo que están pasando delante de nuestras narices bien pudiera ser, y pronto, un ensayo general de nuestro propio destino. Intentando apartarlos de nuestra vista, congregándolos, encerrándolos en campamentos, deportándolos, deseamos exorcizar ese espectro. Esto es todo lo lejos que podemos llegar para ahuyentar esta clase de terror. Pero, sobre todo, como señala Bauman, la construcción imaginaria de este sujeto marginal, que representa “la” amenaza para el orden de nuestra vida moderna, sirve a los Estados actuales para desviar la atención de la preocupación de los ciudadanos hacia determinadas cuestiones —tales como, por ejemplo, la restricción de los servicios ofrecidos por el Estado de Bienestar, dado el creciente déficit público— y, de paso, para legitimar el poder estatal, que ahora se erige como “el salvador” policial de todos los peligros y amenazas terroristas y criminales que supuestamente se ciernen de modo constante sobre nuestras modernas sociedades, y cuyos protagonistas son invariablemente inmigrantes o refugiados, como el propio Estado a través de sus distintos medios se encarga de recordar a los ciudadanos continuamente mediante su peculiar “trabajo de institución” (Bourdieu, 1985). De acuerdo con Bauman, esta obsesión por la seguridad —y por la paralela “industria de la seguridad” diseñada para hacerle frente— generada por la creencia de una constante amenaza en un próximo o inminente ataque terrorista, es, pues, funcional al actual mecanismo de legitimación del poder estatal; se trata, como indica este autor, de una función “latente”, no expresamente manifiesta, utilizando la distinción de Merton. Este nuevo tipo de inseguridad alimentada por los actuales Estados occidentales posee, según Bauman, su particular funcionamiento (2005: 73): A diferencia de la inseguridad nacida del mercado, que es, en todo caso, demasiado visible y obvia para el bienestar, esa inseguridad alternativa, con la que el Estado confía en restaurar su monopolio perdido de la redención, debe fortalecerse de manera artificial o, cuando menos, dramatizarse mucho con el fi n de inspirar un volumen de “temor oficial” lo bastante grande como para eclipsar y relegar a una posición secundaria las preocupaciones relativas a la inseguridad generada por la economía, sobre la cual nada puede ni desea hacer la administración estatal. A diferencia del caso de las amenazas al sustento y al bienestar generadas por el mercado, el alcance de los peligros para la seguridad personal debe anunciarse intensamente y pintarse del más oscuro de los colores, de suerte que la no materialización de las amenazas pueda aplaudirse como un evento extraordinario, como un resultado de la vigilancia, el cuidado y la buena voluntad de los órganos estatales.

La dinámica de producción de “residuos humanos”, como una consecuencia “colateral” de la modernidad y de su peculiar búsqueda del orden, se extiende, en opinión de Bauman, a todas las dimensiones de la vida humana, incluyendo el ámbito de las relaciones íntimas. A juicio de este autor, la llamada “Generación X” —los nacidos en la década de los últimos años setenta— se ha visto especialmente vinculada al proceso de generación de los residuos, resultado de la construcción del orden: la precariedad laboral, “la intrincada volatilidad de la ubicación social, las sombrías perspectivas, el vivir al día sin ninguna oportunidad fi dedigna de un asentamiento duradero o, al menos, a más largo plazo, la vaguedad de las reglas que hay que aprender y dominar para arreglárselas, este cúmulo de factores les persiguen a todos ellos [los miembros de la “generación X”] sin discriminación” (2005: 27). Se trata de algunos de los rasgos de esta “modernidad líquida”, de su inconsistencia e inestabilidad características, generadoras de la “corrosión del carácter” de la que habla R. Sennet (Sennet, 2000). La transitoriedad, fluidez, fragilidad y caducidad generalizadas en la “líquida vida moderna” convierten a ésta en una “civilización del exceso, la superfluidad, el residuo y la destrucción de residuos” (2005: 126), tanto humanos como no humanos. Como indica Bauman, en la “sociedad del riesgo”, conceptualizada por U. Beck (Beck, 1998), se da la peculiaridad de que son los propios individuos los que se ven obligados a buscar soluciones individuales a problemas globales que remiten a contradicciones sistémicas.


Conclusiones:
·         Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias constituye un relevante análisis de las consecuencias más oscuras e inquietantes de la modernidad, y a la vez una importante contribución a la visibilización de gran parte de la población que sistemáticamente queda excluida de las ventajas de la vida moderna, los desheredados de la modernidad o “residuos humanos”, como los denomina Bauman: todos aquellos que, como diría M. Castells (1998: 379), no han podido subirse a tiempo al tren de la vertiginosa sociedad de la información. Bauman finaliza la obra expresando una cuestión crucial, al plantear si este “juego de inclusión/exclusión es la única manera posible de conducir la vida humana en común y, por consiguiente, la única forma concebible que puede adoptar o de la que podemos dotar a nuestro mundo compartido” (2005: 171).

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BIBLIOGRAFIA:
·         BAUMAN, ZYGMUNT, Cultura de Residuos, en: Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus parias. Paidós Estado y Sociedad 126, Capitulo 4.
·         ARENDT, Hannah 1974 Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Taurus.
·         BECK, Ulrich 1998 La sociedad del riesgo: Hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós.
·         BOURDIEU, Pierre 1985 ¿Qué signifi ca hablar? Economía de los intercambios lingüísticos. Madrid: Akal.
·         CASTELLS, Manuel 1998 La era de la información III. Madrid: Alianza.
·         SENNET, Richard 2000 La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama.

·         Revista de Antropología Social 355 2010, 19 337-402

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